El torero ha de saber esperar la embestida con paciencia y determinación. Cuando viene, no debe ceder a su impetuosidad. Finalmente, ante la energía, debe mostrar su virtuosismo conduciendo al animal a dónde debe ir: "aguantar, parar y mandar". Es necesario el equilibrio entre estas tres lógicas para permitir, a continuación, los gestos que, del adorno al castigo, provocarán la emoción. En todas las fases de esta danza con la muerte, el matador se convertirá en demiurgo, engendrador de agudezas y densidades estéticas. Como en el trabajo del domador, hay que someter una energía rebelde a las reglas del arte. El hombre ético se encuentra en esa misma situación: reducir los flujos a formas elegantes. Hacer un mundo a partir del caos.
La expresión del estilo es la distinción suprema. Se la ve en acción en el combate. El torero que brilla con esa destreza está dorado de "temple", es decir, que, en mitad del ruedo, da la impresión de ralentizar a su gusto la impetuosidad del toro. Su gesto decidido se ejecuta con la intención de que el animal doble el espinazo: tiene que bajar la cabeza, lo que implica una modificación del ritmo y un tiempo nuevo para la bestia. El toro obedecerá las órdenes cronológicas del hombre, lo que permitirá a éste mantener su dominio y dirigirse hacia sus objetivos. A veces, los toros bravos rehúsan el gesto de la humillación, se rebelan, mantienen la cabeza alta y embisten con el ardor más potente. Así, el combate que se instaura entre el hombre y la bestia tiene que designar al vencedor desde un punto de vista estético. El animal puede ser bravo, noble, manso o, como dicen los aficionados, alegre. El torero, entonces, ha de rivalizar en virtuosismo para igualar y después sobrepasar a su adversario. Si fracasa y su contrincante lo suplanta en excelencia, éste salvará la vida y será
Vayamos hacia el ángel, entonces, ya que se trata de seguir la dirección que indica el Condotiero. Y fabriquemos, en cuanto sea posible, momentos con los que podamos construir un edificio. Porque la agudeza es el fragmento a partir del cual se elabora el todo, armonioso y equilibrado. Aquí, de nuevo, como Hércules a los pies de Onfalia -o sucumbiendo a los aromas de la cocina, glotón impenitente, en casa de Pistetero, a quien, sin embargo, venía a reprehender-, quizá no sepamos o podamos aprovechar las oportunidades, los momentos propicios y las ocasiones. Al querer destacar en el arte del kairós, nos arriesgamos a actuar a destiempo, a no sincronizar el gesto. Poco importa, la audacia es motora, conduce a veces a los abismos cuando lo que se buscaban era las cimas: una existencia sólo se construye siguiendo un álgebra que, con la perspectiva de obtener un resultado, hace que los altos y los bajos se toquen. Sólo al final de una vida se puede saber qué ha ocurrido en estos cálculos. Antes de ese momento, lo importante es la práctica de esas tensiones que conducen a la excelencia. El resto viene solo. Resulta incluso fortalecedor, para un virtuoso, encontrar una nota falsa o la resistencia de lo real. Con ello el éxito es mucho más magnífico.
Texto tomado de la obra "La escultura de sí por una moral estética", de MICHEL ONFRAY
Tanta belleza de palabras para tratar de hacer sentir que hay arte en aquella barbarie llamada toreo.
ResponderEliminarSangre y arena, en medio un pobre animal masacrado, torturado inmisericordemente,mirando su agonía un individuo vestido de payaso alzando sus brazos en señal de triunfo. Sin reflexionar que el matar por diversión lo ha convertido en un ser más animal que aquel que acaba de torturar y asesinar. Todo esto ante la mirada de quiteños vestidos de la misma forma que los invasores, retrocediendo hasta le edad media.
Admiro a Barrera por haberse negado a ser parte de este circo medieval, ser quiteño es mucho más que vestirse de español en diciembre e ir al coso de Iñaquito.